Cualquier reencuentro produce sentimientos, uno o muchos, la mayoría de las veces agradables, y amargos en otras ocasiones, todo depende de lo que esperemos de ese reencuentro, si es lo que esperamos y, por supuesto, de la forma en que quedó la relación.
Hoy me voy a referir solamente al sentimiento agradable, tal vez en otra ocasión sea bueno hablar de lo desagradable. Da gusto saber que podemos dejar una impresión en otra persona, lo suficientemente buena para que quiera volver a verte y, de darse la oportunidad, se alegren ambos por compartir unos momentos.
No me hubiera imaginado que podría despertar en ti esa alegría y para mí, de inicio, fue satisfactorio y despertó felicidad. Mientras te contaba, en esa mesa apartada, lo que había sucedido y perdía la vista hacia más allá del ventanal, recordando cada uno de los episodios que relataba y, hasta cierto punto, reviviendo todo lo desagradable, empecé a experimentar ese bienestar que te invade cuando te despojas del lastre que has venido arrastrando.
Un exorcismo, o así lo interpreto, así lo imagino, expulsas de tu cuerpo esos demonios que, aunque pequeños pueden pasar desapercibidos, cuando se acumulan terminan por tomar tu personalidad y presentarse ellos como si fueran tú. Tristeza, rencor, ira, pena, amargura, van reduciendo tu carácter a un mero asomo de personalidad y lo que debieran ser rasgos se convierten en ti y tú te conviertes en prisionero.
Todo eso pensaba mientras el último resabio de esos fantasmas salían con las palabras y tú escuchabas entre sorprendida y agradecida por confiar en ti, lo bueno es que el mal sabor lo podía matar con el regusto del café.
Mientras veía hacia el ventanal, en realidad no observaba nada pero estaba tratando de dibujar en el espacio lo que sentí al compartir contigo, y contemplaba a los fantasmas mientras se alejaban, al menos por ese momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario